En las últimas semanas, muchos países de todo el mundo han comenzado a salir del confinamiento lentamente y a volver, de alguna manera, a la normalidad en la sociedad pos-COVID-19. Si bien las medidas de distanciamiento social siguen siendo una práctica común y se están tomando precauciones para evitar una segunda ola de infecciones, este es un cambio significativo en la dirección correcta, lo cual trae consigo una sensación renovada de optimismo y compromiso para el futuro. Sin embargo, para los 2.200 millones de personas que viven con pérdida visual total o parcial en todo el mundo, el distanciamiento social en el dominio público presenta un desafío sin precedentes, y uno que los está afectando desproporcionadamente en comparación con el resto de la sociedad1.
Un artículo publicado en la revista Forbes aborda algunas de las preocupaciones más apremiantes para las personas que viven con discapacidad visual y ceguera mientras luchan por reintegrarse en la sociedad, teniendo en cuenta específicamente los peligros del uso del transporte público y de otros hábitos comunes, como manipular alimentos para leer la letra pequeña de las etiquetas y utilizar pasamanos y otras ayudas para moverse de manera segura2. La naturaleza misma del distanciamiento social contradice estas reacciones instintivas y se suma a una lista cada vez mayor de obstáculos para la vida independiente de la comunidad de personas ciegas y con discapacidad visual. Además, muchas de las guías que promueven el distanciamiento social consisten en señalizaciones visuales y se encuentran en el suelo, como los carriles unidireccionales designados para caminar y las marcas para colocarse en las filas, lo cual es inaccesible en gran medida para las personas que viven con visión parcial o ceguera.
Los resultados de una encuesta realizada por el Royal National Institute of Blind People (RNIB) ponen de relieve la cruda y angustiante realidad de la pandemia de la COVID-19 para la comunidad de ciegos y discapacitados visuales del Reino Unido3. A través de su investigación, el RNIB descubrió que el 74 % de los participantes tienen dificultades para acceder a los alimentos, mientras que el 66 % de los encuestados se sienten menos independientes como resultado del confinamiento3. Dado que muchas personas que viven con discapacidades visuales tienen una percepción de profundidad pobre y, por lo tanto, no pueden juzgar con precisión la distancia a la que se encuentran de otras personas, pueden sentirse muy indecisos a la hora de visitar espacios públicos por temor a ser juzgados o condenados por vulnerar involuntariamente el protocolo de distanciamiento social.
David Clarke, Director de Servicios de RNIB comentó: «Mantenerse a dos metros de distancia de otras personas es un verdadero desafío cuando tienes manchas en tu visión o no puedes ver qué tan lejos están otras personas. Algunas personas con pérdida de visión han sido confrontadas por transeúntes ya que no han podido mantener la distancia, mientras que otras están tan nerviosas por romper las reglas que han perdido la confianza y no están dispuestas a salir de sus casas».
La pérdida de la visión, como a menudo describen las personas que viven con ella, es una discapacidad «invisible» porque no es reconocible al instante y existe un malentendido sobre lo que representa el bastón blanco. Por lo tanto, es imperativo que haya una guía detallada del gobierno para que las empresas y el público en general reconozcan los desafíos únicos que enfrenta la comunidad de personas con discapacidad visual en este momento, y que se brinde más información sobre cómo podemos apoyar mejor su vida autónoma en una sociedad más solidaria y compasiva.
Si bien la flexibilización de las restricciones es un paso en la dirección correcta, no debemos perder de vista a aquellos que puedan sentirse abandonados, sino que debemos asegurarnos de ayudarlos a adaptarse a esta nueva forma de vida.
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