Durante el transcurso de la pandemia de la COVID-19, se ha detectado que existen varios grupos que corren un mayor riesgo de sufrir una infección grave, incluidas las personas con enfermedades respiratorias y los diabéticos.
Con la adhesión a las directrices públicas sobre higiene de manos, distanciamiento social y salud pública, el riesgo de contraer COVID-19 parece haberse reducido. Sin embargo, un estudio de revisión reciente describe cómo el manejo de la diabetes durante emergencias nacionales anteriores causa peores resultados y complicaciones posteriores en las personas diabéticas, y sugiere algunas medidas que podemos tomar para mitigar el riesgo de que ocurran circunstancias igualmente disruptivas en el futuro cercano1.
Según Jamie Hartmann-Boyce, que participó en este estudio, «La COVID-19 plantea una serie de riesgos graves directos e indirectos para las personas diabéticas», contribuyendo a aumentar los niveles de estrés, así como a provocar cambios inesperados en la rutina alimentaria y la actividad física y un aumento de la HbA1c; una medición de los niveles de azúcar en sangre que se utiliza en las pruebas como predictor de la diabetes.
Desafortunadamente, vivir con diabetes puede causar una serie de complicaciones, incluidas las enfermedades oculares relacionadas con la diabetes (DEDs, por sus siglas en inglés). Según la Federación Internacional de Diabetes, 415 millones de personas viven con diabetes en todo el mundo2, y se espera que un tercio de estas personas desarrollen una retinopatía diabética a lo largo de su vida3.
Hartmann y sus colegas reconocen en su estudio que los peores resultados en materia de diabetes «son más comunes en las personas de menor nivel adquisitivo»5 y que «la falta de acceso a la atención médica de rutina es una de las principales causas de morbilidad y mortalidad después de los desastres; se ha demostrado que los accidentes cerebrovasculares, los infartos agudos de miocardio y las complicaciones de la diabetes aumentan después de que la amenaza inmediata se haya disipado».
Esto concuerda con los informes de la Federación Internacional de Diabetes, según los cuales se estima que el 75 % de las personas con diabetes viven en países de ingresos bajos y medios en los que los servicios de atención médica y los recursos para el control de la diabetes son deficientes y la conciencia pública es escasa. De este modo, aumenta la probabilidad de que se produzcan niveles de azúcar en sangre no diagnosticados y problemáticos, y de que se desarrollen enfermedades oculares relacionadas con la diabetes que avancen a etapas graves que amenacen la visión.
En un esfuerzo por abordar estas irregularidades y el impacto desproporcionado de la enfermedad en todo el mundo, la Agencia Internacional para la Prevención de la Ceguera (IAPB) organizó y presidió un seminario web a mediados de junio titulado «Salud ocular y COVID-19: la respuesta de las Naciones Unidas»6.
El mensaje de «recuperación inclusiva» y «no dejar a nadie atrás» fue central en el debate de los panelistas, que consideraron la situación actual como una oportunidad para aumentar la colaboración intersectorial dentro del sistema de atención médica y garantizar el acceso equitativo a la información, la atención y el tratamiento de los pacientes en todo el mundo.
Es imperativo que, como comunidad, comprendamos la importancia de trabajar junto con organizaciones gubernamentales y otros socios para eliminar las disparidades en el acceso a la atención médica a escala mundial, y continuar reduciendo el número de personas que viven con impedimentos visuales y ceguera prevenibles en todo el mundo.
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